Luego de la Cumbre del Hábitat en Ecuador, recibimos una nueva agenda suscrita por 193 países, que en lo medular propone una planificación urbana sustentable.
Sin embargo, es necesario intensificar una planificación específica y estandarizada para mejorar la calidad de vida urbana, a través de nuevas infraestructuras, transformar y reutilizar sitios eriazos, activadores urbanos y densificación. Por lo tanto, no basta con medir la calidad de vida con parámetros físicos o materiales, sino que debemos ponernos de acuerdo en su definición y entender que más que una aspiración, debe ser un derecho que conlleva responsabilidades compartidas y solidarias.
Lamentablemente en Chile las contingencias nublan lo importante y aunque los indicadores sobre pobreza han mejorado, paralelamente aumentaron los campamentos. Es decir, se sigue habitando en condiciones de miseria. De ahí que uno de los temas pendientes en la calidad de vida urbana es la relación con el dónde y cómo habito.
Desde la academia se puede contribuir, preparando y concientizando a los futuros arquitectos y también a los ciudadanos, de que la buena arquitectura no es más cara. Para ello, necesitamos equilibrio, una condición que tiene que ver con sentirse bien y valorar los lugares que se habita. Eso que transforma lo inerte, da vida a los materiales y que con algo de belleza logra humanizar los espacios habitados mejorando la calidad ambiental.
Para reflexionar una paradoja: no confundir alto nivel de vida que se da en las grandes ciudades, con calidad de vida que está asociada a convivir con un determinado paisaje.
Uwe Rohwedder G.
Director Escuela de Arquitectura
Universidad Central de Chile