Desde siempre el acto de escribir ha sido una manera de comunicarnos, de darnos a conocer, de compartir ideas, de dejar testimonio, de trascender. Escribir es un acto que construye al sujeto, es decir, el escritor es el “artista” que “dibuja” su impronta gráfica. Si un texto lleva firma, es imposible para quien lo suscribe desconocerlo. Es parte de la personalidad que está reflejada en todo acto escritural.
La historia de la escritura como sistema de representación gráfica de una lengua se remonta al 4000 a.C. Es la composición de un código de comunicación verbal a través de signos grabados o dibujados sobre un soporte que puede ser un papel, un muro, una tabla y hasta un dispositivo digital como una computadora
La importancia del estilo manuscrito radica en desarrollar las habilidades sicofisiológicas, por ello, a pesar de los cambios y avances tecnológicos, se recomienda utilizar este tipo de escritura. En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan la grafía. En Francia, aunque no quieren prescindir de esta habilidad, el problema reside en que ya no la dominan ni los maestros.
Es un convencimiento, inherente al desarrollo de la sicología comunicacional que, el mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología. La pérdida de la habilidad de la escritura cursiva genera trastornos del aprendizaje que inciden en el desempeño escolar. Ha sido esta mi experiencia docente. Es por ello que recomiendo que los niños en edad escolar e incluso a nivel superior cultiven y mejoren sus prácticas escriturales. Es un proceso que beneficia aspectos claves de nuestra vida intelectual, afectiva y proyectiva.
En la escritura cursiva, el hecho que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras. En contraste, el escribir en letra de imprenta implica escindir lo que se piensa en letras, desprenderlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración.
La escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de otros. En este mismo contexto, las formas curvas propenden a la armonía, mientras que las formas angulares se centran en la tensionalidad que se refleja en cada actuar cotidiano. Por ello, modificar y reeducar los gestos gráficos permite evolucionar positivamente en el crecimiento personal.
Convendría educar a los niños para comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable. Los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo.
Finalmente, es importante consignar que, desde siempre, muchos escritores y científicos han expuesto su opinión y conocimiento a este respecto. Así, por ejemplo, Humberto Eco afirma que la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no cumple. En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud reflexiva. Aún estamos a tiempo para rescatar la escritura manuscrita. De todos y de cada uno depende. Nuestros descendientes serán los beneficiados.
Julio G. Díaz Tapia
Profesor de Lenguaje y Comunicación PUCV