Mucho se ha hablado respecto de las personas transgénero, más aún, al hablar de la infancia y el tránsito de género, las palabras se tornan cargadas de temor, ansiedad y rebeldía. Efectivamente resulta un tema complejo, muy difícil de dilucidar y en ocasiones de difícil comprensión.
Basta revisar literatura especializada para darse cuenta que este tema, al igual que otros, resulta incipiente en nuestra sociedad, difuso y ante todo morboso. Algunos hemos tenido la maravillosa oportunidad de interactuar con personas que han sentido el profundo llamado a este vivir, un sentir profundo e incuestionable respecto al género que sienten, al encuentro con esta realidad ocurren infinidad de cosas.
Lo bello es que va quedando fuera el discurso tendencioso de la interrogante: ¿Cómo le digo? ¿Qué le digo? ¿Cómo se viste? ¿Cómo van al baño? ¿Tendrá rasgos masculinos o femeninos? ¿Lo abrazo? ¿La toco? y así, un sin fin de cuestiones propias del desconocimiento de esta naturaleza cargada de información confusa, en ocasiones difícil de entender y que poco ayuda a reparar en los niños y niñas el largo camino de encuentro que han comenzado.
Algunos tenemos la oportunidad de desayunar, comer o jugar con personas que han caminado esta senda en la que solo esperan aceptación, nuestro imperativo adulto obliga a apoyar, ceder, aceptar, amar y respetar, acompañar a las familias que en profundo temor, dificultad y extrañeza, también aprenden de este tránsito familias en ocasiones unipartentales, que requieren de absoluta abnegación a sus fluires para en conjunto construir una sociedad mejor.
Hay avances de las escuelas, comunidades y fundaciones, la sociedad con mucha dificultad aun va abriendo caminos de incipiente tolerancia para enfrentar estas temáticas, entre tanto los niños y niñas transgenero sólo quieren jugar, vivir y sentirse amados, aceptados y acompañados.
Lo curioso y más liberador de este sentido camino es que es vivido por las niñas y niños que responden a sus sentimientos, aquí no hay maldad ni interés de hacer algo incorrecto, sólo el libre camino de ser quienes son, inclusive llevan el nombre de una estrella, ante eso la respuesta de la sociedad es más simple aún: entender que al no haber maldad nada perverso ocurre, entender que es un camino propio y sólo queda apoyar, reparando en parte el difícil camino que transitan, así de simple.
De otra parte las familias viven un camino de mucha soledad (apoyados por cierto en sus respectivas redes) muchas veces cuesta arriba y de inentendible discriminación, aquí cabe siempre la pregunta: ¿Quién puedo ser yo para condenar a una familia que sólo ha decidido apoyar a uno de sus miembros?, la respuesta resulta de perogrullo, pero la cuestión es más simple todavía; si alguien decide no apoyar el transito maravilloso de un persona en la búsqueda de su propia identidad, no condene, frene ni cercene ese camino, menos aún a quienes si hemos decidido apoyarlos, al fin de cada día sólo nos cabe en el corazón la felicidad de un niño y una niña que quiere ser aceptado por quien es, y en eso no hay maldad.

Daniel Sánchez
Académico Facultad de Ciencias Sociales, U.Central