Queridos Hermanos y Hermanas en el Señor:
Una vez más en mi vida de hombre consagrado, y por voluntad de Dios, debo salir de la tierra y de en medio de un pueblo que he querido y servido en nombre del Señor. Debo dejar esta Iglesia que hace casi 10 años atrás, en este mismo lugar, me vio nacer como su Pastor, acogiéndome desde el primer momento con un cariño y con una fe tan grande, que siempre consideraré como un signo de la bondad del Señor.
El Papa Francisco, en la búsqueda de un Pastor para la Diócesis de San José de Temuco, ha pensado en mi persona. No puedo sino agradecer al Sucesor de Pedro, semejante acto de confianza en este Pastor. Una vez más, y en consideración a las características de esa importante Iglesia sureña, experimento con mucha fuerza que la tarea encomendada, supera con creces mis capacidades humanas y santidad cristiana. No tengo palabras por ello, para alabar este signo de la misericordia del Señor no obstante mi fragilidad.
Al mismo tiempo, el alejamiento de esta Diócesis de San Marcos, me despierta sentimientos no fáciles de ordenar y asumir. El Señor es testigo que más allá de mis límites y debilidades, es una Iglesia que he amado profundamente, hasta el punto que se transformó en el gran sentido de mi vida y de todo mi ministerio apostólico.
En estos años, y gracias al invaluable trabajo, comprensión y adhesión de los sacerdotes, religiosas, diáconos y tantos agentes pastorales, he sido un testigo privilegiado de cómo esta Iglesia ha ido avanzando en su misión de servidora de esta porción de la humanidad; de su esfuerzo por ser samaritana de quienes sufren en el cuerpo o en el alma; de anunciadora gozosa de la verdad del Evangelio; de profecía ante situaciones políticas, sociales y económicas que atentaban contra la dignidad de la persona humana; de incansable promotora de la paz, la justicia y la reconciliación; de una Madre que anhela salir al encuentro de todos sus hijos, sobre todo a los más alejados, para que en Cristo tengan vida abundante. Una Iglesia encarnada en el mundo andino y trifronterizo, haciéndose mestiza, pluriétnica y multicultural. Una Iglesia, que de variadas maneras se ha esforzado por interactuar y colaborar con tantas causas nobles impulsadas por nuestras autoridades y por diversos constructores de la sociedad civil.
Debo alejarme de una tierra que Dios la ha hecho sencilla, y acogedora con el visitante; hogar y pasadizo de variadas culturas, pueblos y etnias, algunas de ellas milenarias. Un pueblo muy marcado por su rico pasado, hecho de grandes acontecimientos históricos, en donde a lo largo de los siglos se han sucedido, conquistas e invasiones, en donde no ha faltado la paz, la productividad, la alegría y el progreso; como tampoco el dolor, los desastres naturales, la violencia, la sangre derramada y el desarraigo; una tierra que es “puerta norte”, abierta a muchos hermanos y hermanas que han encontrado en ella una nueva oportunidad para sus vidas y las de sus familias; un pueblo sacrificado y trabajador, de condición humilde, y por eso mismo muy solidario y generoso; digno y orgulloso de sus raíces ancestrales, y que a través de carnavales , canto y música, expresa cuán alegre y festivo es.
Salgo de esta tierra creyente, de religiosidad sencilla y profunda, que es cuidada por los Santos Patronos y arraigada en la vida diaria; una fe de Santuarios, sacrificadas peregrinaciones, de cruces de mayo, de danza y de canto, de fiesta en largas noches de vigilia; un pueblo con una profunda devoción a su Madre del Cielo, venerada bajo el título de la Virgen del Rosario de Las Peñas, de Nuestra Señora de los Remedios, o de La Tirana; un pueblo de bendiciones, de imágenes, de agua bendita, de bandas de bronce, de adoración al Santísimo y Vía Crucis; un pueblo que construye su Iglesia paso a paso; una Iglesia de campañas, de solidaridad, de bingos y rifas, de “picantes” y porotadas de los lunes, que ha comprendido que compartir la fe es compartir la vida y sus necesidades.
Me alejo de esta tierra ariqueña y parinacotense, que hace casi cinco siglos que sabe de la obra gigantesca de tantos y tantos misioneros, laicos, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, que pasaron entre nosotros haciendo el bien, e identificándose plenamente con la vida, cultura, necesidades y esperanzas de los hombres y mujeres que han caminado por este desierto. Gracias a ellos la fe cristiana fue al encuentro del mundo andino enriqueciéndose mutuamente con nuevos significados, levantando templos que hoy constituye uno de los conjuntos patrimoniales más valiosos de Chile, acompañando, protegiendo e incluso defendiendo hasta hoy las expresiones culturales y costumbres del mundo aymara.
Gracias a estos misioneros y tantos agentes pastorales, se colocaron las bases que permitirían iniciar la Universidad Católica del Norte, base de la actual Universidad de Tarapacá; gracias a ellos se levantó el que sería por un par de siglos el primer y único hospital de Arica, el San Juan de Dios; gracias a ellos hasta el día de hoy miles de jóvenes y generaciones de ariqueños, se han educado en los colegios que fundaron hace décadas comenzando por el Santa Ana y el San Marcos.
Gracias a estos laicos y consagrados, en tiempos muy difíciles para la convivencia nacional, se la jugaron por la defensa de los derechos humanos, la paz y la reconciliación; gracias a estos agentes pastorales, todos los días innumerables personas, creyentes y no creyentes, encuentran acogida, alguien que les escuche, solución de diversos problemas, un plato de comida cuando es necesario, el consuelo ante dolores y dificultades personales, matrimoniales y familiares, ofreciendo fortaleza en los sufrimientos de la enfermedad, compañía a cuantos están privados de libertad, respuestas ante diversas carencias, propuestas concretas para acompañar jóvenes en los desafíos de su crecimiento humano y cristiano, espacios a favor de la calidad de vida de tantos hermanos adultos mayores, acogida afectiva y ayuda solidaria a las adolescentes embarazadas, instancias a favor de los numerosos inmigrantes que llegan hasta nosotros buscando una vida mejor; nuevas iniciativas a favor de la sociedad toda, expresando a las distintas autoridades y constructores de esta sociedad, las angustias y esperanzas de nuestro pueblo, tratando en ocasiones de ser la voz de los sin voz…
Gracias en modo particular, a ustedes queridos hermanos sacerdotes de Arica, por haber respondido un día con total disponibilidad al llamado del Señor, por haberse mantenido fieles y vivir con gozo esta vocación de servicio y amor. Por renovar en nombre de Cristo el sacrificio de la redención humana, preparar para sus hijos el banquete pascual, guiar en la caridad a su pueblo santo, alimentarlo con su palabra y fortalecerlo con sus sacramentos. Gracias queridos sacerdotes por la ayuda invaluable que me han prestado, gracias a la cual y por medio de su ministerio, mi sacerdocio y solicitud de Pastor pudo hacerse presente y manifestarse cada día en esta tierra nortina y en los hombres y mujeres que la habitan.
Queridos hermanos ariqueños, nuestra vida espiritual, cada día más profunda, nos ayudará a ser solícitos y alegres testigos de la caridad de Cristo. No comprender sobrenaturalmente nuestro camino nos llevaría a perder el sentido de lo que somos y hacia donde peregrinamos. Somos ciudadanos del cielo, que peregrinamos en esta ciudad terrena, buscando los cielos nuevos y la tierra nueva, donde reina Cristo, Nuestro Señor. Por eso, no nos cansemos de alimentar el alma de nuestra vida cristiana, para que el fuego del Espíritu, a través de nuestras acciones, conquiste más hermanos para el Reino.
Dejo una Iglesia muy viva y única, de mucha comunión y participación, permanentemente abierta a los signos de los tiempos, y desafiada por hermosos retos de futuro. Es el Santo Espíritu que la va impulsando e inquietando a no instalarse, sino a ser cada vez más fiel a la misión y a la verdad, que Jesucristo, su Señor, le encomendó. Iglesia que como Madre y Maestra, ha ido con santa paciencia y cariño, enseñándome a ser Pastor. Pastor que hoy, también quiere disculparse por sus faltas, errores, y equivocaciones. Por eso esta mañana, me acojo a su comprensión, y suplico humildemente su perdón por las faltas que he podido cometer.
Pastor que desde muy joven, sintió la llamada del Señor a seguirle más de cerca mediante el carisma de San Juan Bosco. Confío que este carisma salesiano, haya podido de algún modo insertarse también en esta Iglesia, aportando el optimismo humanista de San Francisco de Sales, la alegría permanente de quién se siente amado por Dios, la sensibilidad por el mundo juvenil y popular, la metodología de evangelizar educando y educar evangelizando, la promoción de los más pobres, el amor a María Santísima como la Virgen de los tiempos difíciles, Madre y Maestra, Auxiliadora del pueblo cristiano. Ruego a Dios que esta Iglesia pueda recordar, que alguna vez pasó por aquí un Hijo de Don Bosco, que la amó y se entregó por ella.
Que Nuestra Señora del Rosario de las Peñas, nuestra Palomita Blanca, Nuestra Señora de los Remedios, y San Marcos Evangelista, intercedan por esta diócesis todos los días, y le ayuden a ser fiel.
Señor, solo a Ti, el honor y la gloria, Amén.
Monseñor Héctor Vargas B.