El coronavirus arribó a territorio latinoamericano el 26 de febrero del año en curso, cuando Brasil confirmó a su primer contagiado en la ciudad de São Paulo. Fue a partir de ese momento en que los gobiernos de todas las regiones comenzaron a tomar una serie de medidas sociales y económicas para hacer frente a la pandemia, protegiendo así a los ciudadanos y conteniendo la propagación del virus.
Sin embargo, llegó lo inevitable y la pandemia golpeó fuerte a América Latina, una región con más de 600 millones de habitantes y con la mayor desigualdad del mundo, por lo mismo, los diferentes gobiernos se han concentrado principalmente en imponer medidas sanitarias como el distanciamiento social, el lavado de manos, el uso de mascarillas, restricciones de movilidad, cierre de lugares públicos, cancelación de actividades masivas e incentivos a la realización del teletrabajo, en la medida de lo posible.
A partir de esta pandemia, el mundo y América Latina se están replanteando y pensado formas de desarrollo personal, social y profesional, siendo un reto que de alguna forma puede alimentar nuestra imaginación y empatía para enfrentar los múltiples desafíos que nos plantea esta “nueva” crisis. En algún sentido y en el contexto de la desigualdad social, esta crisis, la peor de los últimos cien años, puede suponer una oportunidad para prescindir de lo material y sin sentido que nos ha impuesto esta sociedad de consumo y poder explorar y compartir con quien realmente nos importa, además de tener la oportunidad de desarrollar nuevas actividades, habilidades, y construir nuevos vínculos que sean más gratificantes con el medio que nos rodea.
Las Nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación se han convertido en herramientas extraordinarias para la reinvención de la vida, significando un impulso sin precedentes nunca antes visto. Es importante mencionar que uno de los efectos ciertos e indudables de esta crisis es la estimulación de la organización gremial y la movilización colectiva de los y las trabajadores de la cultura, en donde es importante destacar que la cultura no es un bien de consumo como cualquier otro, sino que tiene un valor y una especificidad que no puede obviarse, siendo nuestra cultura un “derecho humano”, que debe ser protegido y provisto por el Estado aun en tiempos de pandemia.
Aylin Olivares Villalobos
Estudiante de 4to. año de Trabajo Social
Universidad de Tarapacá Arica.
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