Este año, tras el impacto de la crisis sanitaria que obligó la suspensión de diversas actividades públicas, vuelve a retomar la presencialidad con la “Fiesta Chica” que se realiza este 8 de diciembre.
El académico y profesor de los programas de Postgrado de Antropología (Magíster y Doctorado) de la Universidad de Tarapacá, Dr. Alberto Díaz Araya, explica que “el santuario de Livílcar consagrado a “Nuestra Señora del Rosario de las Peñas”, contempla dos celebraciones anuales. Una de ellas se realiza a inicios de octubre, conocida como la “Fiesta Grande”, y la otra es la “Fiesta Chica” que se realiza todos los 8 de diciembre. Esta es considerada una celebración de santuario, esto quiere decir que su principio es la congregación ritual de miles de peregrinos, bailarines promesantes y músicos provenientes de distintas zonas del norte grande y la región Andina”.
Un concepto de santuario que, según el académico, involucra devoción, peregrinaje, sacrificio, piedad, celebración y, en especial, la tradición de hombres y mujeres de comunidades indígenas y afrodescendientes, quienes se movilizan cada año, por una extrema ruta de peregrinaje, con un recorrido de cerca de 20 km por sinuosos senderos, cruzando el río hasta la cabecera de la quebrada de Azapa, para llegar al sector de las Peñas donde se emplaza el santuario de la Virgen.
“En términos semánticos, la Virgen del santuario es el símbolo central del culto, así como lo es también la Pachamama en el culto Aymara, que se identifica con la tierra, y en Las Peñas particularmente, como el lugar sagrado y representativo de la fertilidad de la Tierra. Aquí acuden devotos, músicos y danzantes de bailes morenos, gitanos, diabladas, cuyacas, entre otros”, aclara el investigador de la Universidad de Tarapacá.
Respecto al impacto de esta celebración en la comunidad, el autor del libro “De Fiesta en Fiesta: Calendario de Festividades Religiosas del Norte de Chile” puntualiza que hoy se vuelva a retomar, será muy importante para los habitantes de esta zona. “Sucede que, durante el tiempo de la pandemia, el acto del rito colectivo se alteró, porque el complejo escenario del Covid impedía autorizar dichas multitudinarias festividades; lo que es absolutamente comprensible. En el ámbito sociocultural, la falta de congregación significó también un impacto profundo en la antigua tradición de las personas que peregrinan. Por ello, tras estos dos años se marca un reencuentro con lo sagrado de la comunidad celebrante; lo que tiene un gran valor para los fieles”.