Para una mente sana, racional y lo suficientemente informada, los tripulantes de los OVNIS sólo pueden proceder de fuera del planeta, o sea, extraterrestres. Los ovnis no son otra cosa que «astronaves». Pero ¿de dónde?
Llegados a este punto -y manteniendo siempre el mismo grado de sinceridad-, los investigadores y estudiosos del fenómeno sólo podemos encogernos de hombros. Es precisamente a partir de aquí cuando -necesariamente- todos elucubramos. Mientras no se registre ese histórico encuentro entre el hombre de la Tierra y los «hombres» que nos visitan, lo más que podemos hacer es teorizar, sospechar, imaginar…

Y en esa órbita me moveré a partir de ahora. Que nadie tome mis palabras como una verdad demostrada. Ni siquiera como una verdad. Sólo me mueve el corazón.
Y por encima, incluso, de los sentimientos, el respeto. Respeto -no docilidad borreguil- a unas tradiciones que, como trataré de exponer, no comparto en ocasiones. Pero no nos desviemos del sendero principal…
Una vez sentado que los tripulantes de los ovnis no son «terrestres», ¿cuál puede ser su origen? Un cuidadoso reconocimiento de los más sólidos casos de «encuentros» con estos seres me ha hecho reflexionar sobre una posible doble procedencia.
Al desmenuzar las descripciones de los testigos, uno deduce -casi por pura lógica- que esos tripulantes son de carne y hueso. Me estoy refiriendo a la casi totalidad de los «encuentros». Todo hace pensar que no son otra cosa que «astronautas» -con o sin cascos espaciales, con o sin las ya esbozadas diferencias anatómicas respecto al hombre, con o sin sometimiento, en fin, a la gravedad terrestre- en misiones específicamente científicas y exploratorias. ¿Por qué si no se les ve recogiendo muestras de cultivos, de minerales, de ganado…? Sólo un afán de conocimiento podría llevarles a sobrevolar las grandes urbes, las instalaciones militares, las centrales nucleares, las más destacadas factorías del planeta, las flotas o los monumentos.
A través de este prisma puramente intelectual -posiblemente «universitario»- sí cabe encontrar una razón que satisfaga la lógica humana. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que nuestra lógica sea la de ellos… Pero, suponiendo que así fuera, esos objetivos «científicos» justificarían de alguna manera sus violentas aproximaciones a turismos, aviones, embarcaciones o sondas espaciales.
A la luz de esta hipótesis, esos cientos -quizá miles- de razas que estamos observando desde hace siglos tendrían sus hogares en mundos básicamente parecidos al nuestro. Es lógico creer que toda esa miríada de seres pensantes y de formas anatómicas iguales o parecidas a las del hombre de la Tierra debe arrancar de astros cuyas condiciones fisicobiológicas estén en los límites –más o menos- que conocemos para nuestro propio habitat.
Si sabemos que nuestra galaxia tiene más de 117.000 años luz, en su longitud máxima, ¿cuántos miles de millones de planetas serán «hermanos» o «primos-hermanos» de la Tierra? No debemos caer en este sentido en la «miopía» o «ceguera» mental de otras generaciones, que, por ejemplo, a pesar de los miles de testigos, rechazaron «que pudieran caer piedras del cielo, por la sencilla razón -esgrimieron los científicos franceses de finales del siglo XVIII- de que en el cielo no hay piedras…» Y se quedaron tan anchos. Hoy, la presencia de meteoritos no sólo ha sido mundialmente aceptada, sino que, gracias a esas «piedras» siderales, la Ciencia ha llegado al convencimiento de que los «ladrillos» (los aminoácidos) para la «edificación» de la Vida son básicamente iguales en todo el Cosmos.
Entra dentro de lo posible también que parte de esos visitantes proceda, no de nuestro Universo físico y visible, sino de otro o de otros llamados «paralelos», cuya comprensión se hace todavía más angustiosa.
Juan José Benítez López ( J.J.Benitez)
Periodista y escritor español
Es conocido por sus trabajos dedicados a la ufología. Ha escrito más de 60 libros sobre temas paranormales, religiosos y extraterrestres.