Un cuidadoso reconocimiento de los más sólidos casos de «encuentros» con estos seres me ha hecho reflexionar sobre una posible doble procedencia de los tripulantes de los OVNIS.
Al desmenuzar las descripciones de los testigos, uno deduce -casi por pura lógica- que esos tripulantes son de carne y hueso. Me estoy refiriendo a la casi totalidad de los «encuentros». Todo hace pensar que no son otra cosa que «astronautas» -con o sin cascos espaciales, con o sin las ya esbozadas diferencias anatómicas respecto al hombre, con o sin sometimiento, en fin, a la gravedad terrestre- en misiones específicamente científicas y exploratorias. ¿Por qué si no se les ve recogiendo muestras de cultivos, de minerales, de ganado…? Sólo un afán de conocimiento podría llevarles a sobrevolar las grandes urbes, las instalaciones militares, las centrales nucleares, las más destacadas factorías del planeta, las flotas o los monumentos.
A través de este prisma puramente intelectual -posiblemente «universitario»- sí cabe encontrar una razón que satisfaga la lógica humana. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que nuestra lógica sea la de ellos… Pero, suponiendo que así fuera, esos objetivos «científicos» justificarían de alguna manera sus violentas aproximaciones a turismos, aviones, embarcaciones o sondas espaciales.
A la luz de esta hipótesis, esos cientos -quizá miles- de razas que estamos observando desde hace siglos. tendrían sus hogares en mundos básicamente parecidos al nuestro. Es lógico creer que toda esa miríada de seres pensantes y de formas anatómicas iguales o parecidas a las del hombre de la Tierra debe arrancar de astros cuyas condiciones fisicobiológicas estén en los límites –más o menos- que conocemos para nuestro propio habitat. Si sabemos que nuestra galaxia tiene más de 117.000 años luz, en su longitud máxima, ¿cuántos miles de millones de planetas serán «hermanos» o «primos-hermanos» de la Tierra? No debemos caer en este sentido en la «miopía» o «ceguera» mental de otras generaciones, que, por ejemplo, a pesar de los miles de testigos, rechazaron «que pudieran caer piedras del cielo, por la sencilla razón -esgrimieron los científicos franceses de finales del siglo XVIII- de que en el cielo no hay piedras…» Y se quedaron tan anchos. Hoy, la presencia de meteoritos no sólo ha sido mundialmente aceptada, sino que, gracias a esas «piedras» siderales, la Ciencia ha llegado al convencimiento de que los «ladrillos» (los aminoácidos) para la «edificación» de la Vida son básicamente iguales en todo el Cosmos.
Entra dentro de lo posible también que parte de esos visitantes proceda, no de nuestro Universo físico y visible, sino de otro o de otros llamados «paralelos», cuya comprensión se hace todavía más angustiosa.
Esos Universos, seguramente, son tan físicos y mensurables como el que apenas conocemos y que nos envuelve. La gran diferencia podría estar -siempre de la mano de la especulación- en el hecho evidente de que no logramos verlos ni registrarlos. Y, sin embargo, como digo, pueden «ocupar» el mismo «espacio» y el mismo «tiempo» que el nuestro -¡cómo limitan las palabras!- aunque sometidos a ritmos o vibraciones atómicas diferentes a las que conocemos.
Por esta misma regla de tres, nuestro Cosmos puede permanecer ignorado para muchas de las posibles civilizaciones que habiten en dichos Universos «paralelos» y que no hayan alcanzado aún el suficiente nivel técnico o espiritual como para «descubrir» esos otros «marcos dimensionales» y «viajar» hasta ellos.
Éste, precisamente, puede ser el «camino» para los grandes viajes interestelares o para pasar de unos a otros universos. Supongamos que una raza ubicada en un Universo «paralelo» alcanza un nivel técnico capaz de detectar otros mundos habitados, pero en un Cosmos como el nuestro; es decir, invisible del todo para ellos. Bastaría con hacer «saltar» una de sus naves o vehículos de su marco tridimensional natural al nuestro. Y esos «astronautas» -de carne y hueso- «aparecerían», por ejemplo, en cualquier punto de nuestro Universo, sin necesidad de haberse «trasladado» por el Espacio, tal y como lo concebimos en nuestro cerebro. Para eso, claro está, hace falta un perfecto conocimiento de los llamados «Universos paralelos» y una tecnología tan sofisticada que hoy, en pleno siglo xx, sólo podemos relacionarla con la ciencia ficción.
Pero, salvando las distancias, ¿es que no hubiera sido ficción para Napoleón una visita a cualquiera de los portaaviones de la VI Flota USA en el Mediterráneo? Y sólo han transcurrido doscientos años… ¿Qué habría pensado el bueno de San Pedro si alguien le hubiera hablado, no de su silla papal, sino de otra «silla» -la «eléctrica»- capaz de electrocutar a un hombre en un segundo? Para qué seguir…
Juan José Benítez López ( J.J.Benitez)
Periodista y escritor español
Es conocido por sus trabajos dedicados a la ufología. Ha escrito más de 60 libros sobre temas paranormales, religiosos y extraterrestres.